domingo, 28 de febrero de 2010

UN FINAL PERFECTO

Sin darse cuenta había pasado la línea de los 40. Llevaba tanta velocidad en su vida que cuando quiso darse cuenta que había entrado en la década de inflexión ya habían pasado 3 años. Lo irónico de la situación es que no le perseguía nadie. Tenía una vida cómoda: casado con una mujer a la que quería, sin hijos, la casa pagada y con un buen trabajo que le permitía vivir desahogado.

Alguna vez en estos úlitmos años había visto de reojo por el retrovisor la vida que dejaba atrás pero la rapidez de los acontecimientos le habían obligado a volver a fijar la vista sobre la carrera hacia ninguna parte.

No fue hasta poco antes de que el contador marcara 43 cuando se preguntó: "¿Pero que coños estoy haciendo....?"

Su vida se reducía a un triangulo infernal. Salía del trabajo tarde y lo único para lo que le quedaban ganas y fuerza era para ver la tele. El fin de semana se levantaba tarde, iba al centro comercial  (que odiaba) para comprar las cosas que había decidido cambiar en la casa, instalaba lo que había comprado y se sentaba agotado a ver la tele. En los ratos libres se ponía a trabajar en el ordenador para adelantar algo el trabajo, "si no el lunes iba a ser terrible", pensaba.

Para salir de la rutina de vez en cuando hacía algún viaje con su mujer. Eran viajes interesantes, conocían sitios, comían bien y por supuesto compraban algo para instalarlo en la casa por que "quedaría bien en algún lugar". Tal vez lo instalarían al llegar a casa o si estaban demasiado cansados lo guardarían en un cajón para ponerlo en otro momento que nunca llegaría.

Tenían unas hamacas preciosas que habían traído de no se que viaje por América Latina para tumbarse a leer al sol en la terraza - qué gozada - todo un lujo que nunca llegaba porque, claro, siempre había que ocuparse de colocar, poner, comprar, ordenar...  alguna cosa que faltaba para que todo fuese perfecto.

Si moría mañana, se habría pasado la vida corriendo para arreglarlo todo. Eso sí,  su funeral sería perfecto.

domingo, 21 de febrero de 2010

GENTE DE BUENA CALIDAD / 2

El otro día mi vecino me ralló el coche. Su seguro me mandó a un taller para arreglar el parachoques, lo que le vino muy bien porque ya estaba un poco viejo. Estaba cabreado con el coche. Desde que me habían "reparado" el catalizador en el taller de mecánica hacía un ruido de chatarra espantoso. Es cierto, pasó la ITV, pero me daba rabia ese constante ruido de lata. Al menos en este taller de chapa no creo que me lo fueran a dejar peor de lo que entró.

- "Ya tiene usted su coche. ¡ Oiga, pero como anda con su coche así, hace un ruido infernal!"
- "No me hable usted de eso. Si supiera lo que me acuerdo de la chapuza que me hicieron cada vez que agarro el coche."
- "Bueno, arránquelo usted"
...
- "Oiga, y el ruido."
- "Hombre, ya que lo tenía levantado para arreglarle el parachoques, no podía dejarle que se fuera con ese ruido."
- "Vaya, pues muchísimas gracias. No sabe usted la alegría que me ha dado. ¿Qué se le debe?"
- "Pues nada. El golpe lo paga el seguro."
- "¿Y lo del ruido?"
- "Deje, deje. Que tampoco ha sido pa' tanto. Que lo disfrute."

GENTE DE BUENA CALIDAD

Salía de la reunión corriendo. Me despedí rápidamente de los asistentes y subí al primer taxi que pude detener en el ajetreado tráfico de la hora de salida de los colegios. Uf! un poco justo para llegar a tiempo al curso que me había inscrito, pero me daba tiempo.

De pronto me acordé que mi último billete de 10 € lo había gastado en la comida. Rebuscando en la abultada cartera encontré un billete de 5 € que sumado a las tristes monedas que tenía en el pantalón sumaban 5,72 €.

- "Disculpe, ¿Acepta tarjeta?"
- "No, lo siento caballero."
- "Vaya, si me hace el favor, cuando el contador marque 5,50 € se detiene y me deja donde estemos, que ya termino a pie. Es que es lo único que me queda en la cartera, y no se si va llegar."

La mirada del taxista en el retrovisor era incierta. No supe como interpretarla, pero yo ya no podía hacer otra cosa. Cuando el taxímetro marcó la cifra indicada el chofer alargó la mano y detuvo el contador.

- "Bueno, muchas gracias, pare donde pueda."
- "Sí, sí, ya. No se preocupe."

Justo a la entrada del túnel de Olavide veo como enfila cuesta abajo. Vaya, "que majo" me va a dejar del otro lado. Eso me va a ahorra un par de minutos; pienso. Parecía que el túnel le había hecho olvidar que había detenido el marcador y continuó su marcha.

- "Oiga, muchas gracias por pasar el túnel pero ya puede parar cuando quiera. Recuerde que ya no tengo más dinero" le dije esbozando una ligera sonrisa.
- "Si, bueno. Usted no se preocupe."

Tras un par de intentos obteniendo la misma respuesta decidí no insistir. Tras 3 o 4 minutos llegamos a destino.

- "Bueno, ya estamos. Son 5,50 €"

Me había regalado mucho más que unos pocos euros.

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