A finales de los años 60, cuando
el crecimiento económico mundial empezaba a pisar el acelerador y el modelo
capitalista parecía convertirse en el paradigma del desarrollo, un movimiento
inconformista e imparable empezaba a fraguarse en nuestro civilización.
La mayoría de las antiguas
colonias de África alcanzaban o estaban a punto de alcanzar su independencia.
Grupos de ciudadanos, alzaban sus voces en señal de alarma y avisaban del final
insostenible del camino por donde nos estaba llevando este modelo: Nacían las
grandes ONG de ayuda humanitaria, de desarrollo, ecologistas o de lucha por los
derechos humanos.
Paralelamente, otros ciudadanos
con conciencia, se daban cuenta como sus ahorros eran depositados en grandes
fondos de inversión y empleados para financiar guerras e injusticias. Los
primeros fondos “éticos” veían la luz. Estos se aseguraban no financiar
armamento ni sistemas injustos como el Apartheid de Sudáfrica.
Los siguientes años fueron cada
vez más divergentes. Mientras que el neoliberalismo
con Margaret Thatcher y Ronald Reagan a la cabeza hacía furor, la brecha entre
ricos y pobres iba creciendo cada más rápido. Pero el “otro” movimiento también
crecía. Las dictaduras latinoamericanas caían una tras otra, las ONG ya no eran
un puñado de hippies iluminados, el muro de Berlín caía y Naciones Unidas,
gracias a los aportes de grandes economistas como Amartya Sen, reconocía que el
hambre no es un problema de falta de alimentos, sino un problema político.
A principios del S. XXI, la hoya
del modelo actual no aguantaba más la presión y estallaba. Una hecatombe
económica sin precedentes arrastraba todo occidente. “Los Mercados” intentaban
sacar beneficio de este río revuelto y dejaban a los que creían tenerlo todo
controlado totalmente desorientados.
Millones de personas por todo el
mundo dijeron “basta ya”. Pero, y ahora, ¿qué hacemos?...
Y ahora, de repente, los
ciudadanos se daban cuenta que sí se podía. Se daban cuenta que ellos mismo
eran “los mercados”, que ellos mismos eran “las grandes empresas”, que ellos
mismos eran los que decidían. Y decidían porque eran la base de ese sistema de
consumo capitalista desenfrenado. Ellos eran los consumidores.
Millones de personas en todo el
mundo han empezado a cambiar su consumo. Han decidido consumir menos, consumir
con garantías de origen, de producción justa y productos más ecológicos. Han
decidido trabajar en empresas sostenibles, comprar en tiendas más responsables
o invertir su ahorros en bancos y fondos éticos.
Tenemos la posibilidad (y la
obligación moral) de crear el nuevo modelo. Seamos partícipes de ese nuevo
paradigma.