La confrontación de intereses entre los seres
humanos ha hecho que la convivencia en sociedad no haya sido nunca una tarea sencilla. Desde tiempos inmemorables cualquier organización social ha procurado
establecer una serie de normas para mejorar la convivencia. Tanto los
primitivos clanes familiares como las actuales organizaciones a nivel
planetario han buscado desarrollar de forma más o menos acertada estas normas.
Pero la realidad es que tarde o temprano estas
normas han demostrado no ser suficientes para la consecución del objetivo para
las que fueron creadas. Deberíamos entonces preguntarnos ¿qué es lo que estamos
haciendo mal?
La razón principal de la obsolescencia de las normas
podríamos encontrarla en la falta de implicación en su elaboración de las
personas afectadas por las misma (stakeholders*). Si los stakeholders no están
involucradas en la elaboración de una norma, difícilmente se podrán identificar
con la misma. Podrán acatarla, tal vez por compromiso social, por miedo u otras
razones pero en cuanto la norma se vuelva una carga y haya oportunidad de
burlarla sin consecuencias, esta será quebrantada por alguno de los miembros
del grupo.
Para solventar este problema los griegos inventaron
la democracia. Si bien este sistema ha sido un importante progreso en la
construcción de nuestras sociedades, no ha logrado una implicación real de los
stakeholders. En algunos casos, como los griegos, sencillamente porque la
democracia era excluyente de parte o de la mayoría de estos. En otros, como las
sociedades occidentales actuales, porque la democracia es representativa y no
participativa de las decisiones reales. Esta se limita a la elección cada
cierto número de años de unos representantes que por ende, en la mayoría de los
casos, no dejan de ser perfectos desconocidos. Representantes que se les vota
por simpatía o afinidad teórica a unos programas electorales que, además de no ser
realmente conocidos por los votantes, son en numerosas ocasiones incumplidos.
Salir de esta encrucijada parece realmente complejo,
pero no imposible. También parecía una empresa inalcanzable abolir la
esclavitud o el voto femenino, pero se lograron gracias al esfuerzo de
visionarios que no perdieron la esperanza y la fe en alcanzar su meta.
A finales del S. XX, una eurodiputada italiana
declaraba en un curso de cooperación y desarrollo que si bien la democracia no
era perfecta, era el mejor de los sistemas posibles. El avance tecnológico nos
da una oportunidad desconocida hasta la fecha. Como se está demostrando en los
albores de la segunda década del S. XXI, las consultas y las participaciones
ciudadanas de forma rápida, eficaz y eficiente son perfectamente posibles. Hoy
en día, en que gran parte de las operaciones bancarias y gestiones
administrativas se hacen de forma segura e inmediata de forma telemática (vía
Internet), nada impide organizar la participación ciudadana de la misma forma.
Es solo una cuestión de voluntad política.
Pero todo este cambio revolucionario que supone una
refundación de todo el sistema político-social actual, también se verá
pervertido por algunas situaciones imprevistas. Tarde o temprano aparecerán las
fallas del sistema que harán replantearse nuevamente el nuevo sistema y buscar
soluciones acordes con los tiempos que vendrán.
Al final, solo habrá un camino que conduzca a un
cambio verdadero en la sociedad. Ese camino no vendrá en ningún caso dirigido
desde arriba, sino tendrá que venir imperativamente desde el mismo seno de la
sociedad. Y el camino pasa por el desarrollo en valores. El desarrollo en
valores de todos los miembros de la sociedad será lo que realmente de solidez a
los cambios estructurales de la misma.
Estos valores pueden ser inspirados por la
espiritualidad o por la ética de cada individuo, pueden tener enfoques
diferentes dependiendo de la experiencia vital y en entorno de cada uno. Pero
tienen como eje común el respecto mutuo y el convencimiento de que el beneficio
del otro, en el sentido más amplio de la palabra, es mi propio beneficio. La
buena voluntad sincera, nacida del interior de las personas será lo que poco a
poco transforme nuestra sociedad.
Feliz día…
* Stakeholders o actores son términos que se
utilizan para designar grupos de interés. Personas que son influidas por
las acciones de una organización o que afectan y pueden verse afectadas
por ésta (Freeman 1984). Aquí lo usaremos refiriéndonos a todo el grupo de
personas que se ve involucrado en el cumplimiento de una norma.