Voy por el bosque. Las hojas caen de los árboles dejando un manto cobrizo cubriendo el suelo. Veo una zanja llena de agua y, sumergida entre las hojas, se dibuja la silueta de una mujer. Me acerco corriendo y la agarro entre mis brazos. Noto que su cuerpo ya está frío y sin vida.
La saco del agua y lentamente abre los ojos. Una leve sonrisa se dibuja en su rostro. No me dice nada, pero entiendo lo que me pide. Quiere que la ayude. No le queda mucho tiempo. Solo ha vuelto para despedirse de sus amigos, pero ambos sabemos que el tiempo apremia.
La acompaño a ver a su familia, a sus amigos. Ella no habla, y cuando encontramos a uno de sus seres queridos solo le abraza y le dedica una amplia sonrisa. Algunos lo entienden al ver su pálido rostro y solo la abrazan y la dicen adiós mientras una lágrima se desliza por sus caras felices y tristes a la vez.
Otros no lo entienden. Yo intento explicárselo pero se niegan a que eso sea real. Se desesperan, lloran, gritan y un llanto amargo les inunda el alma. Quieren decir cosas pero no pueden. Ella solo puede dedicarles un adiós con la mano mientras nos alejamos juntos y dejamos atrás la desesperación.
La tarde va pasando y ella se siente cada vez más débil. La tengo que ayudar a caminar. Hay que apresurarse.
Cuando el sol va cayendo lentamente ya nos hemos despedido de todos. Solo falta llevarla al bosque donde la encontré. Donde había una zanja ahora se levanta un montículo a modo de cama recubierto de hojas. La ayudo a recostarse mientras un hondo suspiro sale por su boca. Me mira una vez más, me sonríe y lentamente sus párpados se van cerrando...