En su 50 cumpleaños, no sabe muy bien porqué, se acordó. Tal vez fue la tarjeta de felicitación de sus hijas o el aséptico beso de su esposo lo que le hizo saltar cuarenta años hacia atrás. De repente se vio en la escuela, sentada en su pupitre y apoyada sobre su brazo derecho, contemplando los preciosos rizos dorados de Anita. Un escalofrío le subió por toda la espalda, volviéndole a bajar por su pecho en un breve instante interminable para entrar por su ombligo y alojarse en sus entrañas.
- ¿Te pasa algo mamá?
- No, nada. Debe ser la menopausia. Ya sabes hija, a estas edades...
Anita había estado toda la tarde en el patio de la casa escribiendo la carta. Al día siguiente era el cumpleaños de Susana, cumplía 10 años, y Anita quería regalarle una carta donde le contaba lo mucho que la quería, todo lo que la admiraba y lo feliz que se sentía por tener una amiga como ella. Por la mañana, al salir de la escuela, había comprado un sobre rosa, con su papel a juego, con los centavos de la vuelta del pan que le dio su mamá por haberse portado muy bien esa semana.
La carta ya estaba acabada, solo le falta releerla una vez más para meterla en el sobre antes de guardarla en la cartera. Anita se levantó toda feliz por haber terminado su obra y se fue corriendo al baño para hacer ese pis que llevaba tanto tiempo aguantando.
- ¿Qué estará ahora haciendo esta niña? preguntó de forma retórica la mamá de Anita a su hermana al ver la carta rosa sobre la mesa del patio.
Anita se quedó congelada al oír por la ventana del baño como su madre y su tía entraban en el patio. Ella quería haber gritado a su mamá que no se le ocurriera leer la carta pero su garganta se quedó seca y ningún sonido pudo salir de ella. Al cabo de unos interminables segundos oyó la risa de su madre diciendo;
- Mira que cosas tiene esta niña. Es una carta muy tierna para su amigita Susana.
- Uy... que bonito. Si parece de fresa y todo. - Respondió la tía de Anita en un ligero todo burlón.
Unos lagrimones recorrían ya la cara de Anita. No sabía si era rabia, vergüenza u odio hacia su madre pero solo quería que todo desapareciese en ese instante.
Al día siguiente, todas las niñas felicitaron a Susana por su cumpleaños. Todas menos Anita, que había roto la carta y la había tirado al río que pasaba cerca de la escuela para que nadie pudiera encontrarla jamás.
A sus 50 años, Susana todavía se pregunta por qué desde ese día perdió a su mejor amiga de la escuela.
A sus 50 años, Susana todavía se pregunta por qué desde ese día perdió a su mejor amiga de la escuela.